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A propósito de dejar huella…

Últimamente nos ha dado por pensar en el concepto de “dejar huella”.  Tenemos la pragmática manía de esforzarnos en ver el lado positivo de las cosas, y por eso hemos estado dando pistas por aquí sobre un determinado enfoque de esta idea.  Seguro que muchas y muchos habéis reflexionado alguna vez en aquellas vivencias de la infancia que os marcaron y os acompañan. No siempre todo es positivo, pero nos sorprende y maravilla el poder de algunas experiencias que nunca parecieron grandes hitos porque simplemente formaban parte de la vida cotidiana: el cuento antes de ir a dormir, los desayunos de radio, tostadas y mantequilla, la sintonía de Vacaciones en el mar o las mañanas de domingo en el parque…  Todo eso, muy típico,  pasaba sin vocación de trascender, y sin embargo caló.  Hoy, como madres y padres, no siempre tenemos presente el determinismo de lo cotidiano (¡por suerte!) Lo hacemos lo mejor que podemos, sin más.  A veces simplemente hacemos,  avanzando al ritmo de “ensayo y error”.  Debería bastar, pero otra lectura menos amable de lo de “dejar huella” hace tiempo que nos acosa apelando a nuestra responsabilidad. Nos referimos a la “huella de carbono”.  No,  no nos estamos desviando del tema, para nada.  El quid de la cuestión es esencialmente el mismo: la herencia que dejamos a nuestras hijas e hijos.  Y es que en este caso, no encontramos consuelo en eso de “se hace lo que se puede”. Hace falta más, porque la responsabilidad es enorme. Tampoco importa ya quien tiene la culpa. Lo único claro a estas alturas es que la fiesta la pagarán ellos.   Este es el punto en el que la línea que separa lo profesional de lo personal se diluye, sin riesgo para ninguna de las dos partes. Y es que, como empresa, sabemos que hacemos lo correcto si deseamos lo mismo que anhelamos como madres: un mundo sostenible para las futuras generaciones.   De toda esta reflexión surgió nuestro “manifiesto”, que os queremos compartir aquí.